Ocurrió hace veinticinco años. Un tipo rasgó en dos el folleto que le acababa de entregar y lo arrojó a una papelera. Luego se encaró conmigo mostrando una sonrisa burlona bajo el bigote. Los clientes que estaban ante el mostrador se quedaron expectantes, pendientes de un súbito movimiento de manos o algún gesto con el que lavar la afrenta.
“Gracias por tu amabilidad”, dije con calma. Luego di las buenas tardes a la clientela y salí a la avenida de La Trinidad, en La Laguna.
El comienzo de una gran enemistad
No se que mosca le picó al fulano. Solo le había entregado una publicidad de la tienda de máquinas de escribir que acababa de abrir a doscientos metros, en la calle Viana. Ni él ni yo lo supimos entonces, pero esa afrenta fue el verdadero comienzo de mi negocio… y la agonía del suyo. Me convertí en su íntimo enemigo.
Compré dos estanterías en Ikea y las llené con disquetes, archivadores de discos y filtros de pantallas. Para darle donde más le dolía a mi reciente competidor. Y lo puse a todo al coste.
Morir matando
Los precios atrajeron nuevos clientes. Y, a medida que subían las ventas, los costes empezaban a bajar. Sin embargo, el objetivo no eran los beneficios, así que bajaba todavía más los precios. Una y otra vez, la rueda de aumento de ventas y bajada de precios giró con el único objetivo de aplastar al competidor. Tan ciega fue la venganza que estuve a punto de cerrar varias veces por falta de beneficios, a pesar que las ventas me podrían permitir unas cuentas potables.
El santuario
Con el tiempo me fui olvidando de mi adversario. Ya tenía una clientela que peregrinaba desde el norte o el sur de la isla hasta el santuario informático en el que había convertido la tienda. Las máquinas de escribir desaparecieron y su lugar lo habían ocupado disquetes, archivadores, filtros y cintas de impresoras de todos los precios y colores.
Rappel en acción
Me gustaría poder decir que cumplimos un cuarto de siglo gracias a mi habilidad como gestor. O por mi visión estratégica, al subirme a una incipiente ola informática que metió un ordenador en cada casa y oficina (de hecho como gurú hubiese sido un fiasco; solo a mi se me pudo ocurrir abrir una tienda de máquinas de escribir con procesadores de textos e impresoras asomándose en la esquina). La realidad es… más oscura.
El desvío adecuado
Mi único talento fue el de rodearme de personas competentes. Lo demás fue la consecuencia de una casualidad; la que me llevó a entregar un folleto en la tienda de un tipo malhumorado. Fue una simple vendetta la que me puso en el camino correcto en el momento adecuado.
Tentando el futuro
Es difícil que cualquier negocio navegue más de un cuarto de siglo, sobre todo sorteando los arrecifes de una crisis. Pero soy consciente de que no se puede vivir de la inercia. Para seguir con la puerta abierta debemos pegar la oreja al suelo y adivinar el camino que seguirán nuestros clientes. Y en ello estamos. Nuestra últimas apuestas son el alquiler de impresoras y el servicio técnico online.
Las dos reflexiones
De aquella tarde en la que me detuve por fuera de una tienda de la avenida de La Trinidad para hacerme una promesa a mí mismo, me quedan dos reflexiones. La primera, casi todo lo que nos ocurre es producto del azar, de situaciones que no pudimos prever. La segunda, en los negocios como en la vida, un sentimiento negativo nos puede llevar a metas de superación.
Con frecuencia el lápiz del destino escribe derecho siguiendo los renglones torcidos del alma.