El reloj desbocado
Hace unos meses me sobresaltó mi padre devolviéndome la mirada desde el espejo. Es lo que tiene afeitarme medio dormido y acercarme a la edad en la que un coágulo le reventó el corazón. El reloj es cada vez más implacable.
Los años me surcan el rostro. Las canas sustituyeron hace tiempo al tupido pelo negro y se retiran dejando un campo yermo. Aunque todavía estoy en buena forma física y mental, el deterioro del cuerpo me hace saber que resbalo por una pendiente sin retorno.
Pertenezco a la generación del baby-boom, los nacidos en la década de los cincuenta y sesenta. Hace una generación, el que bordeaba los 50 era un maduro que galopaba hacia la vejez, cuya aduana estaba instalada en los 60.
Es difícil aceptar que envejecemos. Buscamos alguna viga que meter entre los engranajes del reloj. Se trata prolongar un sereno fuego, aprovechar las experiencias y a la vez retrasar el inevitable desenlace. Para eso recurrimos a algunos atajos que nos ofrece el mercado. Y no siempre conocemos las consecuencias.
El negocio de la edad
La química de la edad encontró la fórmula contra el envejecimiento. Los llamaron antioxidantes. Las más comerciales son la melatonina y las vitaminas. Hace años la melatonina volaba en las estanterías de las farmacias y supermercados de Estados Unidos. Se vendía como la hormona-milagro pues combatía el insomnio y encima nos mantenía jóvenes.
En España, la melatonina y los complejos vitamínicos se venden por kilos en las farmacias. Y si nos damos una vuelta por el supermercado nos daremos cuenta de que los lineales están llenos de alimentos suplementados con vitaminas. Los lácteos están enriquecidos con vitaminas A y E. Las gelatinas y zumos, con vitamina C. Hasta las compotas están enriquecidas con antioxidantes.
Pero las vitaminas pueden no ser tan inocentes como pensábamos. Su abuso puede ser el nuevo pacto de Fausto con Mefístófeles. Lo que ponemos en juego es la vida misma. Al menos eso es lo que vislumbra el artículo, “The dark side of antioxidants”.
Los radicales libres
Los antioxidantes son los caballeros de férrea armadura que luchan contra los radicales libres. La producción de energía en las células genera radicales libres, moléculas que atacan las membranas celulares. Las células pierden capacidad para nutrirse o expulsar desechos, con lo que envejecen y finalmente mueren.
Los radicales libres también atacan al colágeno que es la proteína responsable de la firmeza y elasticidad de la piel. Por eso las cremas anti envejecimiento incorporan antioxidantes con enigmáticos nombres para hacerlos más comerciales.
Los malvados de la película
Aparte de hacernos viejos, los radicales libres parecen estar detrás de enfermedades crónicas como el Alzheimer, la artritis reumatoide o el lupus. Además pueden producir mutaciones que desemboquen en cáncer.
Son los malvados perfectos. Nos hacen viejos y encima nos matan. Pero es un error pensar que eliminándolos podríamos vivir más. En la naturaleza, como en la vida, no todo es blanco o negro.
La primera sorpresa
A finales de los ochenta un equipo de investigadores finlandés empezó a estudiar la eficacia de los beta carotenos (precursores de la vitamina A) y de la vitamina E en la prevención del cáncer. Se empezó con 18.000 hombres fumadores con edades entre los 50 y 69 (tenían una mayor probabilidad de desarrollar un cáncer que el resto de la población, por lo que el estudio sería más significativo).
Los resultados fueron inesperados. Más que prevenir, una dosis diaria de estos antioxidantes aumentaba en un 18% la probabilidad de contraer cáncer. Algo no encajaba. Si estas vitaminas eliminaban los radicales libres, los cuales a su vez podían inducir las células a convertirse en cancerosas, lo lógico era que el resultado fuese el contrario.
La confirmación
En paralelo en Estados Unidos otro experimento llegó a unas conclusiones similares. Los participantes que ingerían una dosis diaria de beta-carotenos y vitamina A tenían una probabilidad de contraer cáncer un 28% superior a los que tomaban un placebo. También tenían un 26% más de probabilidad de morir por problemas cardiovasculares y un 17% más de morir por cualquier otra enfermedad.
El estudio norteamericano suministraba otra evidencia de la culpabilidad de las vitaminas a elevadas dosis. La dosis de beta-caroteno que suministraban era un 50% superior a la del estudio finlandés. Y, la incidencia del cáncer fue también superior en un 50%.
Un harakiri necesario
En nuestro cuerpo se producen continuamente células precancerosas. La mayoría son atacadas por el sistema inmunitario o se suicidan antes de llegar a convertirse en cáncer. Parece que los radicales libres son importantes en el harakiri de estas células. El exceso de sus antagonistas- los antioxidantes- puede que elimine demasiados radicales libres. Lo que nos beneficia en pequeñas cantidades nos puede matar en grandes dosis.
Lo que es bueno para todas nuestras células no siempre lo es para nosotros. A veces es mejor que algunas mueran para que los otros cincuenta billones puedan sobrevivir.
Cada uno de nosotros es el producto de millones de años de ingeniería evolutiva. Nuestros antepasados comían muchos vegetales y, de vez en cuando, algo de carne. Solo disponían de las vitaminas que la naturaleza incorporaba en sus alimentos. Nada de enriquecimientos artificiosos ni de píldoras adicionales. Evolucionamos para sacar el máximo provecho de las praderas donde vivíamos y no teníamos a Mercadona ni a la farmacia cerca de la cueva.
Los espejos de la vejez
Un día de estos me encontraré un parecido con el padre de mi padre. Pasaba de los noventa años y todavía levantaba sus viñas además de caminar ligero desde El Socorro (Tegueste) a Tejina para cobrar su pensión. No sabía lo que era un radical libre (hubiera pensado que era un melenudo excarcelado). Tampoco un antioxidante, ni la melatonina, ni el beta caroteno. Ni falta que le hacía.
Comía muchos vegetales, a menudo cultivados por él mismo y se empujaba una cuarta de vino en el almuerzo y una escudilla de leche y gofio como cena.
Es solo cuestión de tiempo que encuentre a mi abuelo paseándose por los espejos de mi casa. Después yo mismo seré un reflejo que se le aparecerá a otro. Por ahora espero que sea cierto el poema de Vicente Riva Palacio,
La vejez
“Mienten los que nos dicen que la vida
Es la copa dorada y engañosa
Que si de dulce néctar se rebosa
Ponzoña de dolor guarda escondida.
Que es en la juventud senda florida
Y en la vejez, pendiente que escabrosa
Va recorriendo el alma congojosa,
Sin fe, sin esperanza y desvalida.
¡Mienten! Si a la virtud sus homenajes
el corazón rindió con sus querellas
no contesta del tiempo a los ultrajes;
que tiene la vejez horas tan bellas
como tiene la tarde sus celajes,
como tiene la noche sus estrellas."