Una mosca en el TECHO
René Descartes fue un pensador de abismos. De observaciones superficiales llegó a conocimientos profundos. Un día se fijó en una mosca en el techo y se preguntó cómo podría describirle su posición exacta a una persona de otra habitación. E inventó las coordenadas cartesianas.
Por lo que más se conoce a Descartes es por su frase “cogito ergo sum” (pienso, luego existo). Fue la tabla de salvación en el océano de incertidumbres de su filosofía “No deberíamos aceptar nada como verdadero si existe la más mínima posibilidad de que no lo sea” Este fue el primer grano de arena en la isla de verdades provisionales que es la ciencia.
Un engranaje de dos sentidos
Sin embargo, hay una reflexión menos conocida de Descartes. Estaba convencido de que la mente era capaz de provocar efectos en el cuerpo. Pero también lo contrario. El cuerpo podía influir en nuestro estado mental. Si estás nervioso, tendrás unos movimientos confusos ¿Y que le ocurre a tu mente si te mueves con mucha lentitud?
Descartes descubrió lo que los chinos ya sabían desde hace siglos. El Tai Chi, esa especie de kung fu a lo Matrix. El arte marcial suspendido. Quienes lo practican afirman que consiguen un estado de relajación que influye en su percepción de la vida y en su salud.
Gestos en el aire
Vivimos tiempos desbocados. Hacemos todo rápido. Trabajamos rápido, comemos rápido, cagamos rápido e incluso follamos rápido. Y acabamos con hipertensión, úlceras, hemorroides e insatisfacción en la cama. ¿Para qué? Para tener más tiempo “libre”. Pero ni siquiera éste sabemos perderlo.
Sócrates ya nos advirtió “Ten cuidado con la esterilidad de una vida ocupada” Queremos hacer mucho y rápido para tener la impresión de que vivimos más. La paradoja es que con las prisas desperdiciamos la vida. La velocidad es la excusa para no enfrentarnos al paso de los años. Un afán de alejar la mirada del inevitable precipicio. Pero con esto también perdemos de vista el camino. Y, para cuando lleguemos, tendremos la sensación de haberlo hecho demasiado pronto.
Fuego en la mesa
En el trabajo las prisas nos hacen improductivos. Quienes hacen más en menos tiempo son los metódicos y pausados. Al contrario de los que saltamos de hierba en hierba dando pequeños bocados en momentos de agitación. Corremos detrás del segundo que se nos escapa. En esos momentos viene bien la expresión de LaoTzu, “Hacer nada es mejor que estar ocupado haciendo nada”
A veces me sorprendo intentando apagar media docena de fuegos. Con el incendio de copa ya metido en mi cráneo. Entonces evoco a Descartes. A paso muy lento me sirvo un café, que degusto con todavía más calma. El cielo puede caerse a mí alrededor. Ese momento es sagrado. Infinito. Vuelvo a empezar solo cuando los músculos del cuello y los hombros aflojan. Y, con mucha calma, pongo los problemas en fila. Para ocuparme solo de uno. Y solo existe ese.
Los espaguetis tántricos
La parsimonia convierte el plato más sencillo en el mejor de los manjares. Hasta un humilde plato de espaguetis, sazonado con aceite de oliva y picadillo de albahaca fresca, nos descubre nuevas sensaciones. El tiempo estirado convierte cualquier acontecimiento en un placer. Y a los placeres, los eleva a otra dimensión. Incluido el sexo.
Una vida en ralentí
A medida que envejezco me vuelvo más cartesiano. A más años menos certezas. Una de ellas es que se vive mejor a baja velocidad.
Y es que la vida, como el agua, se nos escapa antes si nos empeñamos en apretarla.