Cuando le pregunté a Ramón por que emigró de La Gomera se quedó en silencio. Luego hizo como que quitaba un cisco de un ojo y empezó a hablar.
Atravesando la isla
Había salido de noche desde Valle Gran Rey con una lata abollada y la tarjeta de racionamiento. Tendría diez años y tras él iba uno de sus hermanos. Caminaba con el recuerdo del agua caliente que en su casa llamaban sopa de la noche anterior. Las primeras luces del día iluminaron su llegada al monte de El Cedro.
Descalzos y con ropas raídas apretaron el paso para ahuyentar el frío que les taladraba los pies. Casi a media mañana llegaron a San Sebastián y enfilaron a la venta donde distribuían el racionamiento.
Con hambre
Con la lata medio llena de gofio, volvieron a subir al monte. Pero en la vuelta les acompañaba el hambre. Ni el frio ni la fatiga les quitó la obsesión por la lata que a turnos llevaban bajo el brazo. En medio del monte pararon en uno de los afluentes. Amasaron un poquito de gofio, lo justo para engañar el estómago. Pero el hambre es porfiada y cuando se le afloja la cuerda ya no hay forma de pararla. Amasaron un puñado más, luego otro y así hasta que la lata quedó casi vacía.
Vergüenza y miedo
El remordimiento y el miedo acongojaban a los muchachos cuando por la tarde bajaban al pueblo. Entre los dos se habían comido el gofio de una familia de seis bocas. Llegaron llorando, preparados para la paliza paterna. Pero su padre no dijo nada ni les levantó la mano.
Un pasaje para la esperanza
Al día siguiente empezó a vender los pedazos de tierra de los que arrancaba papas cuando el invierno traía agua y ningún viento rompía las ramas. Vendió todo y pidió prestado lo que faltaba para pagar sitio en un barco que de noche se orillaba para recoger pasaje clandestino.
Huida a la abundancia
Ramón no me contó cómo se las arreglaron en Venezuela. Supongo que su padre y hermanos se enrolaron en barcos artesanales. Poco a poco, bajo el sol del Caribe, reunirían lo suficiente para comprar su primer bote. Ese sería el comienzo de un negocio amasado con tesón y miedo al hambre. Con el tiempo tuvieron la flota de pesqueros de atún más importante del país.
El último viaje
Hace más de veinte años desde que hablé con Ramón. Acababa de comprar casa en una urbanización en Tenerife. Tiempo después se lo llevó Caronte, en un barco llamado Cáncer. Fue la última vez que emigró.